Lo importante no es llegar primero, sino llegar.
CRÓNICAS DEL METRO
columna
Por: Claudia Rio
La
mejor forma de socializar es dentro del metro, ya sea para bien o para mal, pero
a final de cuentas se cumple con el propósito que nunca se tuvo que es la
socialización. Ya sea para preguntar por alguna estación en especial y sin
importar cuantas veces la hayas cruzado siempre olvidamos que existen más
estaciones y a veces pretendemos llegar a nuestro objetivo cuando hay más
estaciones por cruzar; es decir quiero llegar a una estación en específico sin
tomar en cuenta cuantas me faltan para llegar
a mi meta y esto se debe traducir en tiempo, en otras palabras el metro
es tan maravillosos que convierte las distancias en tiempos.
El
tiempo es lo que en este viaje si me pude dar el lujo ya que la distancia y
desgaste físico es lo que menos tenía ganas de comprobar y no tanto porque no
tuviera la condición física de hacerlo sino porque mi vestimenta me lo impedía
en ese momento. Cuando utilizas el transporte público la elegancia es igual a
cero funcionalidad y mayor incomodidad, sobre todo cuando usas zapatos o en el peor de
los casos tacones; claro, hay quienes de plano cargan una maleta para que
cuando lleguen a su destino se cambien de zapatos y así se ahorran los cayos y ampollas
consecuentes de dicho viaje al final de toda su jornada.
El
caso es que en esta ocasión utilicé una ruta distinta a la acostumbrada, para llegar al metro, primero
tomé el camión que me lleva hacia San Lázaro; por desgracia cuando sucede esto
no te salvas de agarrarte a cuatro uñas y dientes cuando el conductor saca su
complejo de Steve Mc Queen y tiene la idea de que las calles son su autopista
personal, así que te planteas el hecho
de que lo importante no es llegar primero, sino llegar con vida.
No
sé si a varias chicas les ha pasado, pero en mi caso cuando abordé el
camión recibí la amable oferta del
conductor quien se ofreció a cargar mis cosas, no sé si me vio muy cargada o
solo me estaba lanzado el can, imaginen a un conductor que maneja como cafre y
cargando cosas, creo que no viviría para contarlo.
El
caso es cuando entré al camión y como siempre tienes que empujar a la gente
para poder entrar y aunque parezca imposible y el sobre cupo esté hasta el
límite al grado de que hay quienes viajan en calidad de bandera tanto atrás
como adelante, aun así el chofer tiene la osadía de sacar su tonadita de Pepe
el toro y decir: Súbale, súbale hay lugares, y una vez que te subes, no porque
le creas si no porque llevas prisa te diga: recórrase, recórrase; Recorerrerme?
A Dónde?, si le haces caso es pleito seguro porque no falta la persona que se moleste y
con justa razón porque no hay para donde moverse.
Una
vez que llego al metro y tras milagrosamente recorrerme hasta atrás, resulta
que el timbre está arrancado, así que cómo le avisas al chofer que vas a bajar y el colmo de la burla, está un pegote
que te indica que toque el timbre una cuadra antes.
Al
llegar al metro San Lázaro para entrar a
la vía Tapo me percato de que ya lleva varios días de que cerraron el nido de
ratas que era el pasillo para llegar hacia la línea B, el problema con estos
mamíferos es que cuando los corren de
sus nidos se expanden hacia otros lugares, como el efecto cucaracha. Todavía tenía algo
de tiempo entré al puesto de revistas donde compré un periódico, la verdad es
que son económicos si lo vemos desde el punto de vista popular, ya que sale
mucho más caro comprar un refresco al que por desgracia muchos son adictos o al
dichoso cigarro. Saliendo del puesto de revistas lo primero que me topé
fue con un señor que pedía limosna, al
cual ignoré y no por falta de humanismo sino credibilidad, ya que nos
estamos remontando a la época del
escritor Víctor Hugo donde plantea que los gitanos eran personas fraudulentas
que limosneaban en las calles fingiendo discapacidades o alguna triste historia
para despertar compasión; aunado a que también eran ladrones expertos,
entrenados mediante un maniquí con cascabeles en el cuerpo.
Dentro
de los torniquetes vi un local de postres y no pude evitar comprarme un helado,
lo gracioso es que el joven me planteó una promoción poco viable. Me dijo:
Tenemos la promoción de 2 Sundays por
20 pesos; imaginen a una persona con un periódico en la axila, una bolsa en el
hombro y un vaso de helado grande en cada mano. Respondí: Y yo para que quiero
2 Sundays. Se rio por mi comentario,
supongo que imaginó el panorama, compré
el helado mientras caminaba por el transborde. Esta vez fui yo quien se encomendó esta misión
imposible, la verdad no creo aprender
nunca la lección, ya que siempre mezclo la lectura con la comida, y esta no fue
la excepción; por suerte me tocó asiento.
Una
vez que me habitué a mi malabares culinario-intelectuales sonó mi teléfono lo
cual me dificultó las cosas porque no sabía que hacer primero si dejar el
helado o el periódico, coloque el helado
en el asiento de a lado como si fuera un pasajero y saqué el móvil.
Lo
malo fue que no pude escuchar a la persona que me llamó por dos cuestiones, y
no fue la señal, sino un artista callejero que por unas monedas entró dar su concierto dentro del vagón, lo increíble
con estos tipos es que hasta cargan su
bocina. Con su repertorio de Carlos Santana entonado con su guitarra eléctrica me impidió
escuchar el teléfono, por lo que no tuve más recurso que fingir que le había
entendido a mi interlocutor.
Por
fin había llegado a mi destino, con el helado hecho malteada, y el periódico a
medio hojear, a final de cuentas todos tenemos un propósito cuando utilizamos
el metro.
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